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El Ictiocefalolalista

RONDA EL BIENIO EL ÁNGEL DORMIDO

El más pequeño de mis hijos apenas ronda el bienio;
y por alguna inexplicable razón aún mantiene en sus comisuras
ese hermoso sonreír.
Siento que intuye la cercanía de su verdadero origen.
Se duerme simulando ser uno de esos angelitos; o quizás siendo el mismísimo cupido dormido.
Nada lo despierta.
Ni siquiera cuando escribo esto muy cerca de su rostro.
Siempre quise saber por qué sonreía con tanta facilidad;
y siempre pensé que se debía a su inagotable candidez.   
Al despertar exige su condumio haciendo gala; quizás ostentación de contar con dos  excelentes pulmones.
Hay de aquello que retrase tan habitual menester; el de las meriendas; ¡Por supuesto!
No hay cosa más hermosa que ver a un niño arremolinado en lid constante con su biberón o con el pezón de su madre.
Y nada satisface más que verlo saciado; ad portas de una nueva siesta.
Rompe el silencio detrás de una trastrabilladora carrera buscando el recodo solitario donde jugar.
Retuerce; no sé por que causa lógica las extremidades maleables de sus propios juguetes.
Pero invade; manipula y manosea vituallas y bártulos caseros; y un cuanto hay en las alacenas de la casa.
Recuerdo hábitos similares cuando era un poco mayor; pero no recuerdo que era lo que pensaba entonces.
Que daría por recuperar aquel olvido.
Y digo esto por que al ver el rostro de mi hijo me doy cuenta que es enteramente feliz.
Y esto para mí es cúmulo de alegría y gratitud.
Sería un necio si no dijera que aquellos momentos fueron los más intensamente felices; que es la felicidad misma la que se vive cuando recién; libres de las ataduras impuestas por los pañales y restricciones de la edad; nos dedicamos a conocer, tocar y sentir por nuestra propia cuenta el maravilloso mundo que nos rodea.

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