ZAPATEO ULTRA Y TUMBOS
Agustín Carrera zapateó desde más allá de la coronilla de un alopécico; hasta la penumbra visible de un foco luminiscente que animaba la última pelea de la noche. Lo anterior, sólo por redimir el afán inconcluso de un recluso que quiso demostrar que aquello de la ultratumba, no tenía validez a la hora del socavamiento de los calabozos. El casi vate acertó cuando propició aquello de que el aroma concluyente de los tomates verdes fritos, asemeja a un patache de res a las brasas.
Actualizada hoy después de ayer por Respi Radhero (www.mascahuin.cl)
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Términos y Condiciones de la versión tergiversada: Pasquín “La Oreja de Van Go” y a la editora de “La Cazuela Popular” Fuente : La Cuncuna en la Cuneta
En la friolera de varios años ya rasgados en el artificio del tiempo; o más bien dicho, descartado por más de 4 años por causa de una veda copular, la sobredosis de ambrosía terminó finalmente por mosquear la enjundia, de una crujiente empanada de mariscos. El fallecimiento de la inoperancia facial y la membresía adjudicada a un “Des Parra Amado” bien querido por la muchedumbre y el gentío; no pudo más con “La Oscura agua de la Artesa”, la famosa obra del creador del zarandeado “Jazz Tinto”; una música nueva que se escucha en tugurios y cantinas allá en el cerro de los lobos feroces. Bajo la escasa penumbra de la arboleda de álamos al borde de la ruta asfaltada; se beben sorbos en vasijas moldeadas por un cíclope de buen acento medular. Dicen que con estos vinos se puede levantar hasta un moribundo, así trajinado, por causa de una nauseabunda hipótesis de cortesía. Entre entuertos y tocatas improvisadas se gestaron las artesanas ideas del entierro del más “Des Parra Amado” de los cantores de la comarca. El casi autor de “La Oscura agua de la Artesa”, nos remite a otra de sus famosas obras "La Olla a Presión"; en ella también nos sugiere que es el creador del zangoloteado “Jazz Tinto”. Hubo discusión y hasta “Trifulca de la Escoba” en aquella extraña juntura de despedida, y sin embargo, arrojos de resultados convenientes no asomaron por las claraboyas del recinto; ni siquiera despertaron las nostalgias de un tubo de neón a punto de perder su color y decorado. Esto nos demuestra que en cuestión de maestría sólo se puede uno aperar de calabazas y purgatorios despostados. No se trataba en definitiva de un velorio cualquiera, puesto que no hubo cirios que se derritieran durante el cotejo de dos púgiles; tan buenos para el desarrollo inapropiado de frases con groserías, como para la saliva desparramada sin motivo y causa alguna. Nadie sabe a ciencia cierta de que se trató aquel desencuentro en la loma de una cerrajería. Nadie apostó a cual de los dos remanentes de la operación bancaria correspondía quejarse; si al de los depósitos de basuras acumuladas durante el último trimestre; o al de los resultados negativos, de un ejercicio contable que se hizo en la barra de la cantina de don Jacinto; el así también llamado Zurdo “Güeno pa´los Cuetes; quien suele vaciarse de molestosos y ebrios a la hora de la siesta; y de otros tantos, justo antes del trasnoche del mal pie. Al desembarco en el Camposano acudieron hasta los más prodigiosos tratantes de las minas antipersonales. A la poza, reducida hasta el menguado servicio higiénico, arribaron arribistas y pordioseros de pacotilla; sin mencionar que se cayeron otros tantos y tontos desde las alturas por asomarse demasiado al balcón. Muchos de ellos se traspapelaron dejando la silla cuesta abajo. De entre los menos revoltosos asistieron varios con várices y universitarios. Todos ellos llegaron a través de una cadena de la mar virtual; raro en ellos si se sabe que son sabios competentes a la hora de los vaciados de botellas y cajas vineras, pero en cuestión de competencias de defunción; vamos que les cuesta estornudar. Llegaron como en una banda ancha al camposano y lo cierto es que festejaron como si no existiesen otros atropellos a los derechos del liquidador de seguros para perchas. Dicen los de mala lengua que entre sus filas se pudo observar a un destartalado trío de guitarristas; que sin embargo, sin cuerda floja donde equilibrarse, lograron la atención de cuatro comensales atorados con tripas y ubres de un cerdo amurrado… Alguien desenvainó un libro de recetas y el casi vate atinó en un dos por tres, cuadrándose cual recluta en la cocina de aquel repleto cuchitril. "¡Bravo, pero no es Nino!", "¡Bravo, y tu hermana!" gritaban los universitarios que dejaron afuera del recinto sus cuadernos, reglas de cálculo y torpedos para no herir susceptibilidades a tan extraños mercachifles de la vida. Nadie sabía en ese entonces que ellos también se coludían para balazos y besuqueos, como si se tratara de una vulgar regentería. Nadie sospechaba que se trataba de una cita de Ultramar sin Tumbos; sin oleajes ni zozobras acuarteladas. Nadie sabía que aquella juntura fue organizada sólo para hacerle el quite a la vida de insomnios que llevaba a cuestas, un estresado con bruxismo que rechinaba al compás de su camastro. ¡Fuera los malos ratos ya pasados! Quiso ser la frase descendida de una mente trastocada. No hubo repertorio ni ninguna exquisitez - a la hora de los desquites - como esa de la apropiada buena mesa; como la que precedía de vez en cuando el mismo desafortunado; cuando no era tan requerido como ahora lo es, al notarse que fallaba el guitarreo y el solfeo de una muy buena voz campechana. No estaba para tanta parafernalia; y amurrado con zapateo y cueca de los asistentes, cerró filas con una serenata post mortem en compañía de los amontonados refugiados y algunos discípulos que; sin dejar de lado que allí se congregaban pintarrajeadas provenientes de algún “café con perniles”; o quizás, amigas provenientes de la mismísima Casona edificada a la suerte del ramaje, en la cercana comarca del Masallá; había que hacerle honor en el tajo y a destajo, a un bien querido y “Des Parra Amado” amigo bueno para el carrete.
Huija
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