BELVEDERE DE FELINOS, COBIJO DE RECUERDOS
Se enraizaron como arrinconándose hacia el recóndito recodo de la casa.
Allá afuera donde el viento, la lluvia y el sol del estío hacen de las suyas sin tapujos ni obstáculos de albañilería.
Lo hicieron como si sintieran vergüenza de su enorme medida;
como si las flores los hicieran sentirse culpables por su formidable fortaleza.
Sus ramajes hacen de belvedere a felinos; cuyo acecho de aves y pequeños saurios con colorida traza me hacen recordar la niñez.
Es de cobijo bueno y sombrea el prado cuando impera la ardentía
del mediodía.
Como otros árboles; éste y su compañero también me tientan al cobijo debajo de su ramaje; por donde; seguidamente, en pitadas nocturnas,
se escurren horrendos hollines caliginosos.
Son árboles que criaron mis sentimientos más hondos acerca de la originalidad de la sabiduría proyectada.
Observé sus crecimientos acompañados desde cuando eran apenas dos adminículos vegetales de la creación.
Me cobijé debajo de sus hojas macilentas como si buscara imitar la extensión de sus sombras otoñales.
Y les aseguro que sentí la torva mirada reprobando cada pitada que consumía las raíces de mi cuerpo.
Nos convertimos en amigos entrañables; consecuencia de los buenos y malos hábitos.
Ellos brindándome la delicia de sus ramajes abundantes;
yo asilándome en sus cobijares hechos con sombras de ramaje distinto.
De ese ramaje distinto que está cercano a los lugares oreados por el bullente reciclaje orgánico.
Falsos cobijos eludí desde entonces.
E intento no caer nuevamente en el mismo afán que los desmocha durante los temporales otoñales; pues necesito hilar con oficio de artesano el uso trascendente de los afectos.
Detesto desde entonces el silencio de sombras distintas, incapaces de refugiar mis huesos vigentes.
Mis huesos ya conocen el alivio de los reposos que perduran.
¡Si! Me refiero a mis huesos vigentes y a los otros que aún carcomidos por la corrupción; osarán sobrepasarme en cuanto memoria y recuerdos se refiere.
Sólo el hacedor sabe cuanto más escurre la tinta en hojas ajadas.
Allá afuera donde el viento, la lluvia y el sol del estío hacen de las suyas sin tapujos ni obstáculos de albañilería.
Lo hicieron como si sintieran vergüenza de su enorme medida;
como si las flores los hicieran sentirse culpables por su formidable fortaleza.
Sus ramajes hacen de belvedere a felinos; cuyo acecho de aves y pequeños saurios con colorida traza me hacen recordar la niñez.
Es de cobijo bueno y sombrea el prado cuando impera la ardentía
del mediodía.
Como otros árboles; éste y su compañero también me tientan al cobijo debajo de su ramaje; por donde; seguidamente, en pitadas nocturnas,
se escurren horrendos hollines caliginosos.
Son árboles que criaron mis sentimientos más hondos acerca de la originalidad de la sabiduría proyectada.
Observé sus crecimientos acompañados desde cuando eran apenas dos adminículos vegetales de la creación.
Me cobijé debajo de sus hojas macilentas como si buscara imitar la extensión de sus sombras otoñales.
Y les aseguro que sentí la torva mirada reprobando cada pitada que consumía las raíces de mi cuerpo.
Nos convertimos en amigos entrañables; consecuencia de los buenos y malos hábitos.
Ellos brindándome la delicia de sus ramajes abundantes;
yo asilándome en sus cobijares hechos con sombras de ramaje distinto.
De ese ramaje distinto que está cercano a los lugares oreados por el bullente reciclaje orgánico.
Falsos cobijos eludí desde entonces.
E intento no caer nuevamente en el mismo afán que los desmocha durante los temporales otoñales; pues necesito hilar con oficio de artesano el uso trascendente de los afectos.
Detesto desde entonces el silencio de sombras distintas, incapaces de refugiar mis huesos vigentes.
Mis huesos ya conocen el alivio de los reposos que perduran.
¡Si! Me refiero a mis huesos vigentes y a los otros que aún carcomidos por la corrupción; osarán sobrepasarme en cuanto memoria y recuerdos se refiere.
Sólo el hacedor sabe cuanto más escurre la tinta en hojas ajadas.
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