Los Murallones
El querer quiso imitar el amor del arco irisado; como la nieve lo intentó con la pureza del concepto.
Quiso ser como el corazón sin palpitar del Cupido durmiente.
Quiso ser como el mármol imitado de la antigua cincelada del anónimo escultor.
Como el granito albo de la lejana cantera itálica;
como lo es su hermosa sonrisa detrás del labio corinto.
Quiso ser eso y mucho más, pero la verdad es que no pudo hacerlo.
No alcanzó a horadar las pilastras que la sostenían firmemente en plomado equilibrio.
Ella se mantuvo incólume delante del ocio del tiempo.
Él, por vanos intentos arremetió, pero no pudo deslizar su tegumento por la tersa piel que asomaba como la de una mozuela.
Detrás de la nevisca de copos albos; a escasa medida del rostro entumecido;
nada igualaba esa albar sonrisa detrás de su labio corinto.
Ni siquiera lo hizo el madero ardiendo cerca de su cuerpo.
Y después de todo ese lato arrojo de enamorado;
se asomaron arremolinándose las cautivantes ambrosías; las que definitivamente la arrestaron para siempre en sus redes de bucanero.
Entonces, ni la palabrería; ni el vocablo acertado haría prudente el regreso a la cima de los copos blanquecinos.
De nada serviría entonces la heroicidad de la palabra versada;
ni la fortuna caída desde el cielo albo.
Fue simplemente el fino pulimento de la osada poesía, la que primero la cautivó; y ya vencida; ahora, mermado su baluarte, se aquietaba pensando en su error delante de tan hábil portador de cuadernillos y grafitos.
Decantaba la astuta y paciente cacería del remedo de un antiguo héroe de las palabras.
Había sucumbido así la inútil muralla construida alguna vez,
quizás después del fragor de un desamor torpe e inoportuno;
como siempre son todos los desamores.
0 comentarios