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El Ictiocefalolalista

SUBTERFUGIO PARA UN RELOJERO

SUBTERFUGIO PARA UN RELOJERO A veces pienso que esto del amor no es más que un subterfugio para esquivar la eficaz locura del relojero. Y créanme; no me equivoco en nada al decir esto, sobretodo cuando pienso en los distintos cónclaves eróticos usados por el desvencijado camastro del tiempo. Es una sinrazón que linda cercana a lo maravilloso del segundero. No me pregunten a que se debe este indescifrable pensar.

Sólo sé que es asunto registrado de la locura del querer. Es un trastrabillar que me dirige hasta la histórica poesía; al apretujado tango y a la milonga por debajo del malecón, donde finalmente podré llorar a escasos metros de un maleable rompeolas de arena. Esto es parte de un atolondrado hincapié que me acerca hasta el tajamar de tu vientre. ¡Y de esto también estoy seguro! Por que la locura del amor es además un palabreo; un pensar y un escribir como lo hace un cartógrafo, debido a la ausencia de un heroico poetante. No palabreo en términos abdominales; ni hago partículas de un anticuario por que éste se adueñó del reloj de arena. No me insistan. En esta ocasión sólo diré que es asunto del tamborileo de un enamorado que ostenta paciencia. Que sabe que el querer asoma según sean sus equinoccios y solsticios; según sea su propia trayectoria eclíptica. Maravilloso amor que asomas anhelos incluso con todas mis abstenciones. Ten en cuenta que correspondo al espacio útil de una enciclopedia. Que soy el hilo que sujeta las hojas amarillentas de un libro escrito por la viuda de un trompetista; allá muy lejos, en las terrosas oficinas calicheras.

 

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