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El Ictiocefalolalista

El temor tiene aspecto de aquello no develado. Como me sucedió antaño entre croares lejanos, e insectos que revoloteaban alrededor de una macilenta vela; cuando ya se presumía eso del echarse a dormir; y era evidente esto del chamusco derretido de la cera. Cuando eso sucedía; asomos furtivos por debajo de la sabana, rondaban con sigilo la cercana palmatoria sobre el velador de la abuela. El temor ciertamente tiene relación con el asombro del asomo; con la sombra inesperada en la pared o en el techo; o simplemente con lo que ocurre después de extinguirse la mecha prisionera. ¿Cuando más pudo existir tan enorme temor? Sólo al interior de la alba casona campestre de mi abuela. ¡Sólo ahí pudo concretarse tan enorme temor a lo inesperado! El temor entonces pasa a ser algo así como la sombra inexplicable del instante futuro. Es algo así como el sudor helado, que surge cuando se descubre que lo cierto no tiene procedencia imaginable; cuando se teme a lo que hay más allá de lo que conocemos; o sea; cuando se tiene miedo a eso que es desconocido. Como antaño. 

 

Esto del temor es algo muy propio de cada cual. Es algo que me lleva a estados de honda depresión; y no me ayudan a expulsar la tristeza aparente que embrolla la mudez. He arrastrado con esto un latoso bisbiseo interno con esto del temor; que se comporta como el oleaje de una batahola; y que ya data como si fuese la colección de un anticuario de Aranjuez. A veces pienso favorecer la derrota de este particular enfrentamiento; y otras veces alzo entusiasmo sólo para batir las dagas del filoso acero, convencido que puedo vencer el peso de tan arrolladora molestia. Debería conocer el motivo cierto de esta mundana tristeza, antes de cubrirme con estrategias alucinantes para vencerla. Es mucho el tiempo usado para repensar construcciones de fosos, y fortalezas inexpugnables y; que hasta ahora sólo me hacen dudar de las nimias presencias del sosiego.

La balanza me dice que debo esperar cauto la justicia; aquello que no es de pertenencia escrita o heredada. Que todo este temor es cuestión de paciencia arbórea. Que en esto de esperar consigo además provocar nuevas reflexiones, Y que lo mismo me hace dejar aquietado el trazo determinado desde antes de las manos ancestrales. Confío entonces en la desvencijada balanza del pirquinero, pues ahí pesaré el costal desechable de mis tiempos atemorizados. Que sólo eso queda por hacer; pues el temor lo construyó el tiempo desde que éste decidió estar dentro de mis pensares.

 

 

 

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